Por extraño que parezca, las perdices le guardamos un gran afecto a Miguel Delibes.

UNA PERDIZ EN LAS RUTAS DE DELIBES 01Nuestra vida conlleva algunos peligros constantes como por ejemplo el que las urracas se coman nuestros huevos al menor despiste o que los domingos tengamos más actividad de la habitual a causa de los cazadores castellanos. Las cosas son así. Nosotras corremos estos riesgos igual que el hombre se las ve y se las desea para encontrar un trabajo, se ve ahogado por una hipoteca o está en vilo porque su hijo adolescente aún no ha llegado a casa.

A Delibes, sin embargo, le guardamos un gran afecto porque este hombre se imponía unas normas venatorias que a nosotras siempre nos dejaban una escapatoria. El modo de cazar de Delibes nos ofrecía una oportunidad de seguir viviendo. Que no es lo mismo verte cazada por la espalda o en un ojeo, que saber que, si estás muy espabilada, puedes librarte de los cartuchos del 7 de unos cazadores que dan una mano en una ladera.

Miguel Delibes nunca fue un escopetero de los que prefieren llevarse a casa 40 perdices que 30, y mejor si son 50. No. Delibes fue un cazador con principios y nosotras siempre tuvimos la oportunidad de librarnos de su escopeta. Al menos una oportunidad.

Me contaba hace unos meses una amiga de Valencia de don Juan, en León, que su tatarabuela, que debía de ser bastante sorda y con poca vista, no se percató de la presencia, a pocos metros, de Adolfo Delibes, hijo del escritor. Ella andaba picoteando el suelo en busca de semillas cuando por fin oyó que alguien la chistaba por detrás. Del susto, echó a volar con tal rapidez que el disparo de Adolfo (entonces contaba 13 años) ni la rozó. El caso es que aquella tatarabuela de mi amiga se libró de una muerte segura gracias a que Miguel Delibes les había aleccionado a sus hijos desde pequeños para que no nos cazasen nunca cuando estuviésemos posadas, sino siempre al vuelo.

Por todas estas cosas, y otras que iré contando poco a poco, a las perdices nos cae bien el señor Delibes. Es cierto que todas tenemos alguna antepasada abatida por el escritor, pero al menos nos dio la oportunidad de seguir viviendo. Las perdices aceptamos nuestra realidad de tener que escondernos de raposos, urracas, águilas varias o de los dichosos cazadores y hacemos nuestra vida siendo conscientes de los peligros que corremos.

La vida de la perdiz es así y, si tenemos que hablar de cazadores con principios, como Miguel Delibes pocos. Por eso, cuando murió don Miguel, se celebraron funerales en todos los cotos de Castilla. Durante varios días se oyeron nuestros corechés funerarios por colinas y vegas, arroyos y majuelos. El duelo fue común y todas, como ha sido costumbre en Castilla, sacamos nuestros hacheros y pusimos sobre ellos uno o dos o tres hachones encendidos en recuerdo de Miguel Delibes.

En 2014 vimos que unos señores comenzaron a colocar unas D mayúsculas en distintos pueblos de la provincia de Valladolid. Una patirroja de Campaspero corrió la voz de que aquellas D estaban hechas con piedra de su pueblo, piedra blanca muy resistente a las heladas del invierno y al sol que cae a plomo del verano. Las perdices más sabias aseguran que esas D miden 1,40 de alto y que ese tipo de piedra aguantará los carros y las carretas que ya no existen. Hemos comprobado perdices de diferentes cotos que en cada monolito hay una baldosa que lleva escrito un texto. Después de muchas comprobaciones, distintas perdices de distintos pueblos vallisoletanos me aseguran que en cada baldosa aparece escrito el texto de Delibes que habla de ese pueblo. Sobre el texto, el escudo de la Diputación de Valladolid y el del pueblo que cita. Bajo el texto, el logo de la Fundación Miguel Delibes.

Como es sabido, el primer martes de cada mes nos reunimos en consejo las perdices representantes de cada una de las comarcas de Valladolid provincia para comentar los principales asuntos que nos interesan. Este año nos congregamos en la vega situada entre Quintanilla de Onésimo y Cogeces del Monte. Allí estamos lejos de ambos pueblos y tampoco se ve mucho tractor por lo que podemos charlar tranquilas de nuestras cosas. Pues bien, en la última reunión, además de contabilizar las bajas sufridas durante las últimas semanas a causa de cazadores y alimañas, se acordó que una de nosotras tendría que recorrerse las Rutas de Delibes como manera de recordar los lugares por los que cazó y pescó el escritor. Los cuetos, sotos, tesos, páramos… de Delibes que son nuestros cuetos, sotos y tesos. En aquel sorteo para dilucidar quién volaría de pueblo en pueblo por las Rutas, la agraciada fui yo y, por tanto, iré contando y cantando artículo a artículo con mis mejores corechés, los tonos al atardecer de estos parajes castellanos, sus silencios, el ruido de las cosechadoras en verano o el tañido de las campanas de las iglesias cuando tocan a segundas para ir a misa.

Poco a poco iré recorriendo estos treinta y tantos pueblos que componen las Rutas de Delibes por la provincia de Valladolid. A vuelo de perdiz, el que se apega a la tierra como la literatura de Miguel Delibes, aprovechando para saludar a amigas y familiares de otras comarcas vallisoletanas. En el próximo artículo empezaré por Olmedo, donde tengo yo unas conocidas que…

Jorge Urdiales Yuste
Profesor. Doctor en Periodismo